El fuego se propagó
rápidamente por el edificio de los grandes almacenes. Comenzó en la planta baja
y fue subiendo hacia los pisos superiores con la calculada predisposición con que
se suceden las catástrofes.
Los clientes que hacían sus compras
en esas horas de la tarde, las más concurridas del día, fueron ascendiendo
aterrorizados por escaleras y ascensores en pavoroso barullo, huyendo de su
calcinante perseguidor y, cuando el acoso de las llamas parecía no dar opción a
la huida, los cuerpos fueron lanzándose al vacío en el estricto orden con el
que la desesperación les indicaba que no había nada que hacer.
No obstante, la alarma provocada fue
excesiva, pues al rato llegaron los
bomberos que se convirtieron enseguida en los dueños de la situación.
Solo se salvaron los maniquíes.
Felipe Díaz Pardo
O "el que se mueve no sale en la foto"... Quizá las llamas, como la muerte, sólo conducen a la destrucción a quienes las temen... Los maniquíes, en su impertérrito estatismo, se salvan porque saben que es inútil escapar de lo que les habita: muerte y cenizas.
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ResponderEliminarMe gusta tu interpretación, Enrique. Y gracias por tu comentario.
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