domingo, 4 de octubre de 2015

La suerte de los maniquíes

El fuego se propagó rápidamente por el edificio de los grandes almacenes. Comenzó en la planta baja y fue subiendo hacia los pisos superiores con la calculada predisposición con que se suceden las catástrofes.

Los clientes que hacían sus compras en esas horas de la tarde, las más concurridas del día, fueron ascendiendo aterrorizados por escaleras y ascensores en pavoroso barullo, huyendo de su calcinante perseguidor y, cuando el acoso de las llamas parecía no dar opción a la huida, los cuerpos fueron lanzándose al vacío en el estricto orden con el que la desesperación les indicaba que no había nada que hacer.

No obstante, la alarma provocada fue excesiva, pues al rato llegaron los  bomberos que se convirtieron enseguida en los dueños de la situación.

Solo se salvaron los maniquíes.
Felipe Díaz Pardo

4 comentarios:

  1. O "el que se mueve no sale en la foto"... Quizá las llamas, como la muerte, sólo conducen a la destrucción a quienes las temen... Los maniquíes, en su impertérrito estatismo, se salvan porque saben que es inútil escapar de lo que les habita: muerte y cenizas.

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  3. Me gusta tu interpretación, Enrique. Y gracias por tu comentario.

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  4. Me gusta tu interpretación, Enrique. Y gracias por tu comentario.

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