Si a
mediados del siglo XIX la revolución educativa en España vino de la mano de la
Ley Moyano, y luego, en el XX, llegó el esfuerzo hermoso de la Institución Libre de Enseñanza
y las Misiones Pedagógicas de la República. Si en la década de los sesenta
crecieron las escuelas por todas partes del territorio nacional, y con la Ley
del 70 apareció una educación Secundaria para toda la población, si luego
fuimos capaces de crear la Formación Profesional, y en los 90 el foco educativo
se centró en la educación Preescolar, en el siglo XXI, el caballo de batalla
para España será la educación de Adultos.
No
se trata de una elección por descarte, una vez asegurada la oferta pública en
los distintos niveles educativos que se dirigen a los menores de edad. No.
Simplemente es una respuesta lógica a un problema gravísimo que presenta
nuestro país: cuatro millones de adultos en paro y un porcentaje del 25’79% de
jóvenes de 15 a 29 años que ni estudian ni trabajan (fuentes de la OCDE., en El País, a 30/09/2015). Más pronto que
tarde detectaremos que el paro, la mayor lacra para una sociedad desarrollada y
una situación desgarradora para los adultos, tiene difícil solución, que no es
sólo una coyuntura económica vinculada a un ciclo expansivo o recesivo, sino
que es la consecuencia directa de la falta de formación básica de varios
millones de adultos en España. Por mucho que la situación mundial mejore en el
área de la economía, resultará difícil incorporar a más del 50% de los parados
que existen en España al mercado laboral, simplemente porque no tienen la
formación suficiente, las competencias educativas necesarias para desarrollar
trabajos cualificados, estables y dignamente remunerados.
La
educación de adultos en España está organizada por cada Comunidad Autónoma,
según sus particularidades (sobre todo geográficas), y sus necesidades, pero
siempre es mirada como un rescoldo del sistema, con cierto paternalismo, donde
muchos alumnos desaparecen a lo largo del curso, y donde los profesores que la
imparten, a pesar de ser los más rentables del sistema educativo (por el número
de titulados), están ahí, disfrutando de la vida, sin enfrentarse a los feroces
adolescentes que pululan por nuestras aulas diurnas…
Nada
más lejos de la verdad. El trabajo con personas adultas, siempre muy
gratificante, se realiza con ratios tan elevadas que durante meses los alumnos
apenas caben en clases pensadas para los chavales de la mañana. Al número de
alumnos se une que no existe una metodología diseñada para la educación presencial
de adultos, un material especializado, un cuerpo de profesores estables, recursos
necesarios y la flexibilidad organizativa apropiada para dar respuesta a la
complicada vida de un adulto, que muchas veces simultanea los estudios con el
trabajo y la vida familiar. La educación de adultos no puede ser una traslación
de la educación diurna para adolescentes. Presenta unas condiciones propias que
exige un diseño educativo adecuado y específico. Necesita una toma de
conciencia por parte de todos, porque es el último tren para una parte
importante de la población que no podrá esperar al siguiente.
Varios
ejes debería abordar la educación de adultos en el futuro: la empleabilidad,
las competencias básicas (Lengua y Matemáticas), y las competencias
transversales: idiomas, informática y ética. El adulto necesita tener una
esperanza de trabajo, de proyección de su esfuerzo hacia su futuro
(empleabilidad), para ello debe dominar los lenguajes básicos ( la expresión
escrita y hablada, la comprensión lectora y oral; el lenguaje de la ciencia:
las matemáticas), y todo ello tiene que servirle para relacionarse con el mundo
que le circunda (idiomas, informática), y por último, pero no menos importante,
necesita un asidero, un agarradero ético y moral para anclarse en sus
convicciones y no ser arrastrado fácilmente por este tornado continuo
informativo y noticioso que nos envuelve constantemente a través de los medios
audiovisuales y las redes sociales, sin posibilidad de reflexión, de crítica
constructiva y de autocrítica inteligente y reparadora.
La
complejidad de la educación de adultos no admite paternalismos ni paños
calientes. Es un tema muy importante que debe ser abordado con seriedad. Tal
vez algunos piensen que si se mejora el sistema educativo para los menores de
edad no tendríamos necesidad de la educación de adultos. Como utopía está muy
bien, como realidad es similar a considerar que, cuando las máquinas tomen el
control de los automóviles, no se producirán accidentes. Hay cuatro millones de
parados esperando una oportunidad y una respuesta. Existe más de un 25% de
jóvenes que no tienen ningún futuro, ni herramientas para labrárselo. Sigamos
pensando que la mejora de la educación obligatoria acabará con todos los problemas,
y después volvamos a leer a Huxley y su Mundo
feliz. Suprimamos la OCDE, y se acabarán las malas noticias educativas.
Fernando
Escudero Oliver,
jefe de estudios del Bachillerato de Adultos,
del IES “Juan
Gris” de Móstoles (Madrid).