miércoles, 23 de septiembre de 2015

Ornitología fácil

La mañana, radiante y primaveral, invitaba al canto de los pájaros y a la exaltación del ánimo. El quiosco, rodeado de la frescura y la fragancia de las plantas y los árboles cercanos, que adornaban el parque, parecía erigirse en el vivo monumento a tanta perfección antes de que aquella estampa fuera difuminada por el bullicio que aportan las horas centrales del día en la gran ciudad.

Un muchacho de físico desgarbado, desaliño en sus ropas y peinado cual ave repelada y sudorosa, se acercó al mostrador, donde el quiosquero ordenaba con esmerada concentración la prensa diaria.

–Por favor, ¿le ha llegado el último número de Ornitología fácil? –preguntó con cierta timidez y trino cantarín el chico.

Sin ocultar los movimientos lentos y comedidos con que llevaba a cabo su ocupación, aquel dependiente se agachó pausadamente y se erigió al momento portando entre sus manos el ejemplar de la revista que se le solicitaba. En la portada, los titulares anunciaban el tema principal que ese mes trataba la publicación: “¿Cómo enseñar a cantar a un canario?”.

¿Tienes ya éste? –dijo mecánicamente, a modo de sucinta interrogación con que aportar la información suficiente al caso.

¿Usted que cree? –respondió el muchacho con una mezcla de malhumor e insolencia, haciendo uso de nuevo de aquella voz chispeante, a la vez que movía nerviosamente la cabeza de un lado a otro.

Después, sin decir nada, dio la vuelta a su cuerpo mediante un torpe movimiento de sus patas y se marchó, dando saltitos cortos y desmemoriados mientras se alejaba hacia la salida del parque y hurgaba con el pico en su costado por ver si encontraba vestigios de un primitivo plumaje.
Felipe Díaz Pardo
            

lunes, 21 de septiembre de 2015

Es tiempo de recopilación. Ahí va un resumen gráfico de algunas de las cosas que he ido haciendo con los años.

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Disturbios y cavilaciones: El chasquido

Noté el chasquido en el justo momento en que solté la primera lágrima. Fue justo cuando ladeé ligeramente el cuello para disimularme a mí mismo la emoción que provocó aquella maravillosa historia de amor que terminaba de leer.

Cerré el libro como si así pudiera evitarme el dolor que me suponía el suicidio de la amada y, sobre todo, el que me reportaba saber de nuevo desvalido a aquel hombre que solo vivía para ella. Tras tanto tiempo de infortunio, tras una familia perdida, había encontrado de nuevo el amor y zas...

Otra vez el crujido en el cuello. Entonces noté que era un ruido metálico, semejante al de dos lengüetas que tropiezan y se separan bruscamente, dejando su eco extendido a través de las ondas. Ahora el sonido se asemejaba a la muda tensión de un muelle.

Como otras veces que me he obsesionado con un grano, por su posibilidad potencial de convertirse en una verruga o en una incómoda espinilla, me lancé hacia el espejo del baño.

Repetí los movimientos, esta vez con la cabeza entre mis manos. Con todo cuidado, ideé un impulso seco pero suave y me encontré con lo que me temía.

Mi rostro yacía inexpresivo entre mis brazos cuando pude comprobar que fue ese hilillo húmedo, brotando de mis ojos, el que estropeó parte de mis circuitos, dando al traste con el perfecto movimiento de mis músculos.

Felipe Díaz Pardo

Disturbios y cavilaciones: la explicación a un título

"Disturbios y cavilaciones” es el título que he dado en llamar a este blog que apenas hace un día que ha echado a andar. Y “Disturbios y cavilaciones” fue el rótulo que también me inventé, hace un tiempo, para dar nombre común a un conjunto de microrrelatos y relatos breves. Pretendo ahora, con estos párrafos, encontrar una explicación a ese epígrafe que me persigue, bien en afanes comunicativos a través de la red,  bien para englobar un conjunto de textos.  

Así, pues, disturbio es todo aquello que, según el diccionario de la Real Academia Española, “altera y turba la paz y la concordia”. En definitiva, es aquello que molesta, como molesta el hecho de que a cada instante nos trastornen la tranquilidad lectora con una nueva punzada de ingenio, con un nuevo y presuntuoso alarde de fabulación en ciernes. Puede ser un comentario o puede ser un texto que invente el ingenio narrativo. En este segundo caso, el microrrelato, microcuento, cuento mínimo, cuento brevísimo, cuento microscópico, narración ultracorta, relato hiperbreve, relato mínimo o cualesquiera otras denominaciones de tan fastidiosos y perturbadores textos es la forma rápida de hacernos sentir, al mismo tiempo, incómodos y satisfechos; unas veces por lo imprevisto, otras por lo absurdo, pero siempre por lo inesperado y conciso.

Por otro lado, está ese otro intento de cavilar, de “pensar con intención o profundidad en algo”, siguiendo nuevamente la definición académica. Darle vueltas a las emociones y a los pensamientos es la obligación de todo escritor que se precie. Y cuando esa forma de reflexión fluye con rapidez, como breves destellos en la luz de la memoria, como certeras pinceladas de nuestro impresionista intelecto, surge la meditación. Y el microrrelato o el minicuento, también, entre otras formas cortas de contar. Luego, cada una de estas cavilaciones adoptan su forma apropiada, el punto de visto preciso, el tratamiento que cada uno de nosotros considera el acertado para transmitir una idea. Y elige también el tamaño de la pieza, que en esto no se ponen de acuerdo los doctos tratadistas del género que discuten entre si son seis, quince o treinta las líneas que han de servir de tope máximo de las mismas. Surge así la condensación, la ambigüedad, la sugerencia, el absurdo (otra vez), la sátira, la paradoja, la recreación, la parodia, la crítica y un sinfín de ejercicios gimnásticos que se encuentran contenidos dentro de las artes literarias, los cuales nos permiten adentrarnos en terrenos dispersos, e incluso dispares, como el de la ciencia-ficción, el del misterio, el de la crítica social, el de la literatura o el del romanticismo más almibarado y decadente.

En conclusión, las dos palabras de este título que no me abandona quieren ser una justificación más al intento de ser certeros, escuetos y, si fuera posible, sugerentes también, como exige el género que nos ocupa o la reflexión que, de vez en cuando, dejemos en nuestro blog. Seguiremos ahondando en este empeño por la concisión, porque la economía es la fiel aliada de la expresividad y la sugestión. Sería el humilde tributo que podemos ofrecer a un lector hábil e inquieto: darle la oportunidad de cubrir las ausencias, premeditadas o no, que el escritor deja patente en sus páginas para que él las supla o complete con su imaginación; proporcionarle la ocasión para que lo implícito y lo callado sean fuente de significados, tesoro de interpretaciones diversas, ventana que se abre a la fantasía y a ilusiones varias.

Por de pronto, iniciaremos la serie de textos breves con un microrrelato que nos anime a seguir en días posteriores, si el tiempo y el que los lea, nos lo permite.

Felipe Díaz Pardo

domingo, 20 de septiembre de 2015

Las ventajas del escritor desconocido

 A pesar de haber publicado una docena de libros, uno sigue siendo un escritor desconocido. No ha de pensarse que esta afirmación contiene conato alguno de pesimismo o rencor. Antes al contrario. Y menos aún si el escritor desconocido cuenta con la madurez vital que le proporcionan la edad y con la autonomía económica que le concede una profesión más o menos respetable, fruto del estudio y la dedicación y cuenta, por último, con la libertad de no sentirse atado a géneros, modas y desplantes de unos editores que, en ocasiones, desprecian el trabajo de quienes le proporcionan la materia prima de su empresa y en ocasiones intentan aprovecharse de las ingenuas ilusiones del autor novato. Me refiero con esto último a la pléyade de supuestas editoriales que ofrecen últimamente sus servicios de ¿coedición? en sus más diversas y ocurrentes versiones cuando el autor envía manuscritos con el objetivo de publicar su obra y se ve halagado al día siguiente por esas empresas que están dispuestas a editar su libro como si de imprimir estampitas de la primera comunión se tratara para repartir entre los amigos y familiares.

El escritor desconocido, para su consuelo, se siente admirado, con más o menos intensidad y aprecio, por sus más cercanos conocidos. Ven en él a alguien diferente, a una persona cercana que dispone de una habilidad negada a la inmensa mayoría. Pero en realidad, y eso quizá no lo tienen en cuenta, este amigo que tanto estiman no hace más que encauzar sus inquietudes, aficiones y entretenimientos por la senda de las letras, en sus más diversas manifestaciones: unas veces reflexiona sobre la práctica profesional que le da de comer; otras ensaya ejercicios literarios en el cuento y la novela; y otras, se enfrasca en sesudas investigaciones, motivadas por el interés que aún mantiene por la materia que estudió en su juventud.

Asumido el papel que le corresponde, los efectos de los medios de comunicación tampoco afectan en gran medida al escritor, por cuanto que poco o nada se ocupan de él, a excepción de alguna reseña promocional sin apenas repercusión que, de forma mecánica y rutinaria, distribuye la empresa editorial entre las direcciones de un listado de contacto de prensa ordenado alfabéticamente en una base de datos. Si hay suerte surge alguna entrevista, breve y telefónica, en alguna emisora de radio a la que le sobren unos minutos en un programa de horario tan intempestivo como inútil o, incluso, llegando al colmo de toda buena fortuna, podrá ser llamado por alguna televisión, que enlata contenidos culturales para distribuirlos luego en las horas más bajas de la audiencia, o por un canal de poca monta que dedica el tema de la tertulia de ese día a algo que tiene que ver con su libro. Y ya ni hablemos de la crítica, buena o mala, de sus escritos, siempre inexistente, a no ser que provenga de un buen amigo que le reconozca alguna virtud y tenga la posibilidad de lanzarle algún piropo.

No obstante, y a pesar de todo, una convicción le queda siempre al escritor desconocido: considerarse tan bueno como otros colegas de profesión, que han conectado con gustos, temas de modas impuestos por una sociedad cambiante, superficial y mercantilista, o que han dado con la ocasión oportuna para alcanzar la fama, por muy ocasional e intrascendente que sea. Por eso, si antes una carta formal y distante de la editorial de turno rechazaba su obra le hundía en la zozobra y en el desencanto absolutos, ahora sabe que cada negativa no es más que una simple opinión más, carente de auténticas razones, en la mayoría de los casos, y una oportunidad más para seguir adelante. Que no va a desanimarse en su vocación de componedor de textos, los cuales ahora más que nunca responden a su intención de expresar lo que desea expresar sin condicionantes ni ilusiones de principiante.

En conclusión, cuando no se alcanza el éxito, para un escritor desconocido todo son ventajas.





Por Felipe Díaz Pardo

La LOMCE, ¿Una nueva ley para una nueva sociedad?

Para empezar con la tarea, aquí dejo el artículo que hace unos meses publiqué en la revista "Supervisión 21", de la Unión Sindical de Inspectores de Educación, USIE:  http://www.usie.es/SUPERVISION21/2014_34/SP%2021%2034%20ART_LOMCE_NUEVA....pdf

Bienvenidos a mi blog

Queridos amigos:
Llevo tiempo deseando encontrar un espacio en el que dejar constancia de mi gusto y mi dedicación a la literatura y compartir mis inquietudes e iniciativas con todo aquel que lo desee sobre temas que, en general, tengan que ver con la cultura y la educación. Por fin me he decidido y he tenido la paciencia necesaria para aprender las primeras nociones que me han permitido abrir mi primer blog. Espero seguir adelante en mi empeño con ayuda de todos vosotros.