domingo, 20 de septiembre de 2015

Las ventajas del escritor desconocido

 A pesar de haber publicado una docena de libros, uno sigue siendo un escritor desconocido. No ha de pensarse que esta afirmación contiene conato alguno de pesimismo o rencor. Antes al contrario. Y menos aún si el escritor desconocido cuenta con la madurez vital que le proporcionan la edad y con la autonomía económica que le concede una profesión más o menos respetable, fruto del estudio y la dedicación y cuenta, por último, con la libertad de no sentirse atado a géneros, modas y desplantes de unos editores que, en ocasiones, desprecian el trabajo de quienes le proporcionan la materia prima de su empresa y en ocasiones intentan aprovecharse de las ingenuas ilusiones del autor novato. Me refiero con esto último a la pléyade de supuestas editoriales que ofrecen últimamente sus servicios de ¿coedición? en sus más diversas y ocurrentes versiones cuando el autor envía manuscritos con el objetivo de publicar su obra y se ve halagado al día siguiente por esas empresas que están dispuestas a editar su libro como si de imprimir estampitas de la primera comunión se tratara para repartir entre los amigos y familiares.

El escritor desconocido, para su consuelo, se siente admirado, con más o menos intensidad y aprecio, por sus más cercanos conocidos. Ven en él a alguien diferente, a una persona cercana que dispone de una habilidad negada a la inmensa mayoría. Pero en realidad, y eso quizá no lo tienen en cuenta, este amigo que tanto estiman no hace más que encauzar sus inquietudes, aficiones y entretenimientos por la senda de las letras, en sus más diversas manifestaciones: unas veces reflexiona sobre la práctica profesional que le da de comer; otras ensaya ejercicios literarios en el cuento y la novela; y otras, se enfrasca en sesudas investigaciones, motivadas por el interés que aún mantiene por la materia que estudió en su juventud.

Asumido el papel que le corresponde, los efectos de los medios de comunicación tampoco afectan en gran medida al escritor, por cuanto que poco o nada se ocupan de él, a excepción de alguna reseña promocional sin apenas repercusión que, de forma mecánica y rutinaria, distribuye la empresa editorial entre las direcciones de un listado de contacto de prensa ordenado alfabéticamente en una base de datos. Si hay suerte surge alguna entrevista, breve y telefónica, en alguna emisora de radio a la que le sobren unos minutos en un programa de horario tan intempestivo como inútil o, incluso, llegando al colmo de toda buena fortuna, podrá ser llamado por alguna televisión, que enlata contenidos culturales para distribuirlos luego en las horas más bajas de la audiencia, o por un canal de poca monta que dedica el tema de la tertulia de ese día a algo que tiene que ver con su libro. Y ya ni hablemos de la crítica, buena o mala, de sus escritos, siempre inexistente, a no ser que provenga de un buen amigo que le reconozca alguna virtud y tenga la posibilidad de lanzarle algún piropo.

No obstante, y a pesar de todo, una convicción le queda siempre al escritor desconocido: considerarse tan bueno como otros colegas de profesión, que han conectado con gustos, temas de modas impuestos por una sociedad cambiante, superficial y mercantilista, o que han dado con la ocasión oportuna para alcanzar la fama, por muy ocasional e intrascendente que sea. Por eso, si antes una carta formal y distante de la editorial de turno rechazaba su obra le hundía en la zozobra y en el desencanto absolutos, ahora sabe que cada negativa no es más que una simple opinión más, carente de auténticas razones, en la mayoría de los casos, y una oportunidad más para seguir adelante. Que no va a desanimarse en su vocación de componedor de textos, los cuales ahora más que nunca responden a su intención de expresar lo que desea expresar sin condicionantes ni ilusiones de principiante.

En conclusión, cuando no se alcanza el éxito, para un escritor desconocido todo son ventajas.





Por Felipe Díaz Pardo

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