lunes, 21 de septiembre de 2015

Disturbios y cavilaciones: El chasquido

Noté el chasquido en el justo momento en que solté la primera lágrima. Fue justo cuando ladeé ligeramente el cuello para disimularme a mí mismo la emoción que provocó aquella maravillosa historia de amor que terminaba de leer.

Cerré el libro como si así pudiera evitarme el dolor que me suponía el suicidio de la amada y, sobre todo, el que me reportaba saber de nuevo desvalido a aquel hombre que solo vivía para ella. Tras tanto tiempo de infortunio, tras una familia perdida, había encontrado de nuevo el amor y zas...

Otra vez el crujido en el cuello. Entonces noté que era un ruido metálico, semejante al de dos lengüetas que tropiezan y se separan bruscamente, dejando su eco extendido a través de las ondas. Ahora el sonido se asemejaba a la muda tensión de un muelle.

Como otras veces que me he obsesionado con un grano, por su posibilidad potencial de convertirse en una verruga o en una incómoda espinilla, me lancé hacia el espejo del baño.

Repetí los movimientos, esta vez con la cabeza entre mis manos. Con todo cuidado, ideé un impulso seco pero suave y me encontré con lo que me temía.

Mi rostro yacía inexpresivo entre mis brazos cuando pude comprobar que fue ese hilillo húmedo, brotando de mis ojos, el que estropeó parte de mis circuitos, dando al traste con el perfecto movimiento de mis músculos.

Felipe Díaz Pardo

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